El secreto del Quijote
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” es, sin dudas, uno de los comienzos más conocidos de la literatura universal. Sin embargo, según algunas teorías, estas doce palabras y otras cuantas más a lo largo de la que es considerada la primera novela moderna encierran un mensaje oculto. Empecemos por el principio, como dice la canción. De acuerdo con la escritora francesa Dominique Aubier, y otros varios seguidores, el libro de Cervantes esconde los conocimientos que tenía el autor sobre la Cábala que no podía expresar manifiestamente por la Inquisición. Esta autora afirma que ya la propia región española en donde sitúa el comienzo del libro nos brinda la primera pista: la Mancha, que significa “mácula”, nos da a entender que se dirige a aquellos que no son puros.
Otro de los ejemplos que se señalaron fue el de la descripción de la comida, que no se nombraba en el menú a la carne de cerdo y que el sábado era el día de los “duelos y quebrantos” (esto interpretado como lo que padecieron los judíos durante el exilio y obviando que este plato tradicional manchego lleva panceta).
Después de leer esto, no puedo sino imaginar a Cervantes en la cárcel creando en su imaginación al Caballero de la Triste Figura y todas sus aventuras escondiendo a la vez mensajes en clave entre las letras de una lengua castellana que, según afirma Vargas Llosa, “…alcanzó uno de sus más altos vértices” gracias a la elegancia y potencia de su estilo. Es que no es un dato menor la multiplicidad de voces que nos hablan en el Quijote: a Cide Hamete Benengeli, que nos traduce del árabe el manuscrito original, se le suma un narrador anónimo y todos los personajes que de algún modo nos cuentan la historia. Caballeros, duques, pastores, vizcaínos, todos y cada uno con su forma particular de hablar. No en vano Batjin considera que el Quijote es modelo de lo que denomina dialogismo. “La novela precisa un ensanchamiento y profundización del horizonte lingüístico, un perfeccionamiento de nuestro modo de percibir las diferenciaciones sociolingüísticas”.
También me lo represento al Manco de Lepanto mirando cada tanto de reojo su mano izquierda tullida mientras jugaba con la derecha a crear el tiempo a su antojo, el tiempo de los personajes principales y su travesía, pero también el tiempo que va al pasado y va al futuro según los otros sucesos que se cuentan.
Lo que no me puedo imaginar es si Cervantes habrá sabido que esta obra, tantos siglos después, en el año 2002, se llevaría el lugar más alto podio de las cien mejores novelas de todos los tiempos, con un 50 % más de votos que En busca del tiempo perdido. O que sería la segunda, después de la Biblia, con más ediciones y traducciones. ¿Habrá sido realmente su intención llevar a tanta gente ese mensaje escondido?
No sé si tendrán razón los que hacen esta lectura en clave esotérica. Pero si hay secreto, creo que prefiero quedarme con el que encontró Eduardo Mendoza y que hizo público cuando recibió el premio Cervantes, hace no muchos años, cuando expuso que hay otro tipo de humor en la obra de Cervantes, un humor que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos, como en la mirada del autor sobre el mundo. En su discurso dijo que es un humor que camina en paralelo al relato y que reclama una complicidad entre el autor y el lector. “Es precisamente el Quijote el que crea e impone este tipo de relación secreta”. Los (y me) invito a sacar de las bibliotecas nuestros ejemplares de El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha a ver cuál es el secreto que encontramos.
Crédito: Aki Obarrio