Toni Morrison y la construcción del lenguaje
En el aniversario de la muerte de Toni Morrison, una semblanza de la autora, su mensaje acerca del lenguaje y dos cruces para pensar.
Semblanza
Nació en 1931 en Ohio; murió en 1994 en Nueva York. Fue editora, profesora y una notable escritora. En 1988 recibió el Premio Pulitzer, y en 1993, la Academia sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura.
“En mis libros busco [hablar] desde el lado del conquistado. Lo que hago es quitar las tiritas para que se vea la cicatriz de la sociedad, la realidad. No hay que tener miedo de mirar al pasado porque solo así se sabe quiénes somos”, dijo Toni Morrison al diario El País en el año 2013.
Ojos azules (1970), Sula (1973), La canción de Salomón (1977), Beloved (1987) y La noche de los niños (2015) son algunas de sus obras más conocidas. En 2019, la editorial Lumen publicó una recopilación de ensayos y discursos de la autora bajo el título La fuerza del autoestima. Ese mismo año, el fotógrafo y cineasta Timothy Greenfield-Sanders estrenó en Estados Unidos, la película documental: Toni Morrison: The Pieces I am.
El lenguaje en sus palabras
Acerca del rol del arte y el lenguaje, Morrison afirmó en su ensayo “No hay lugar para la autocompasión, no hay lugar para el miedo” (1931), que: “Este es precisamente el momento en que los artistas se ponen a trabajar. No hay tiempo para la desesperación, no hay lugar para la autocompasión, no hay necesidad de silencio, no hay lugar para el miedo. Hablamos, escribimos, hacemos lenguaje. Así se curan las civilizaciones”.
Unos años más tarde, al recibir el galardón sueco en 1993, señaló:
“(…) La vitalidad del lenguaje reside en su habilidad para pintar lo actual, las vidas imaginadas y posibles de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque a veces su equilibrio esté en desplazar la experiencia, no es es sustituto de ella. Se extiende y arquea hacia donde el significado puede estar. (…) El lenguaje nunca puede fotografiar la esclavitud, el genocidio, la guerra. Ni debería lamentarse por la arrogancia de poder hacerlo. Su fuerza, su felicidad radica en lanzarse hacia lo inefable.
(…) [E]l trabajo con las palabras es sublime porque es generativo, toma un significado que asegura nuestra diferencia, nuestra humana diferencia del modo en que no somos como ninguna otra vida. Morimos. Ese puede ser el significado de la vida. Pero nosotros hacemos el lenguaje. Esa puede ser la medida de nuestras vidas”.
Dos cruces para complementar
Vinculado a la vitalidad del lenguaje y su habilidad para pintar lo actual, Valeria Luiselli expresó en su ensayo sobre la trágica migración de niños latinoamericanos a Estados Unidos, Los niños perdidos (ed Sexto Piso, 2016), que “[c]ontar historias no sirve de nada, no arregla vidas rotas. (…) [E]s una forma de entender lo impensable. (…) Mientras tanto, mientras la historia no termine, lo único que se puede hacer es contarla y volverla a contar, a medida que se sigue desarrollando, bifurcando y complicando. Pero tiene que contarse, porque las historias difíciles necesitan ser narradas muchas veces, por muchas mentes, siempre con palabras diferentes y desde ángulos muy distintos”.
En cuanto al lenguaje como algo generativo, Octavio Paz (escritor y diplomático mexicano) señaló, en su libro El arco y la lira (1956), que: “El poeta crea el ser. Porque el ser no es algo dado, sobre lo cual se apoya nuestro existir, sino algo que se hace. (…) No queda más recurso que asirse a sí mismo, crearse a cada instante. Nuestro ser consiste sólo en una posibilidad de ser. Al ser no le queda sino serse. (…) En suma, nuestra condición original no es sólo carencia ni tampoco abundancia, sino posibilidad”.